LEER AL FUTBOLISTA,por SANTIAGO HIDALGO CHACEL
No ha habido muchos entrenadores por estas tierras a los que se les
haya otorgado la distinción honrosa de 'don'. Sí en este caso. Era Don
Vicente. Don Vicente Cantatore, un técnico que dejó una huella muy
difícil de borrar en el aficionado, pese a que su salida del club no
estuviera muy de acuerdo con los cánones normales. Sin embargo, para el
jugador, aquel que vivió y convivió con él en todo momento durante todo
un campeonato o varios, para este Vicente o Don Vicente siempre tuvo un
plus, algo más, un 'nosequé' y por ello un día sí y otro también sale el
nombre de Don Vicente a la palestra. ¿Qué hacía de especial? ¿Cómo era?
¿Cómo te implicaba?
Cantatore decía que en un equipo podía
encontrarse con un buen delegado, con un buen utilero, con un buen
médico y con un buen masajista, pero que en Valladolid se había topado
con los cuatro buenos, cosa muy difícil de repetir, pero que le acompañó
en su andadura sumando a más no poder.
Cuando hoy día una de las
frases preferidas que se utilizan en el diccionario futbolístico es: ese
futbolista o ese entrenador ve bien el fútbol, o mejor, lee bien el
fútbol –como si esto se tratara de un manual o texto escrito–, lo que
realmente aportaba el chileno era que sabía, conocía, veía, intuía,
palpaba y hasta leía bien al jugador.
Quizás, con Dante Panzeri,
coincidía en que el fútbol, como arte del imprevisto y de la
espontaneidad, escapaba al estudio. Por eso, el peso de la prueba recaía
en el protagonista. Si hay buenos jugadores, se jugará bien; si los hay
malos, no se podrá jugar bien. No hay más.
Y además era un
excelente director de grupos. Era consciente cuando, sobre todo los
viernes, el futbolista había dormido menos o había salido un rato más
por la noche. «Muchachos, veo que no hay muchas ganas de entrenarse. ¿Un
rondito y una 'pachanga' y va la tortilla?», les decía. El
entrenamiento se convertía de forma indirecta en una lucha sin cuartel;
nadie se acordaba de que había dormido poco y todos daban el máximo en
el partidillo por el exiguo premio de una tortilla de patata con cebolla
y unos refrescos.
Tenía unas simples formas de aleccionar al
jugador para que siempre tuviera la moral alta. «Usted ha hecho sobre el
campo esto y esto perfecto, muy bien en esto y esto, pero ojo, no se
despiste en esta otra acción». Daba más zanahorias que palos o al menos
ocultaba con la hortaliza los reproches, de forma que la autoestima de
los jugadores siempre estuviese intacta. Primero te ensalzaba y luego,
si te lo merecías, te echaba la bronca, aunque siempre cuidando de que
no te afectase en tu orgullo o en tu amor propio. Con confianza les
quería a los suyos «para hacer cosas, para atreverse, para ser audaces».
El fútbol para él tenía pautas muy claras. Cuando el mundo podía hablar
de dopaje, de sustancias prohibidas, el técnico chileno manifestaba con
plena claridad: «Que nos digan a nosotros qué pastilla hay para meter
un gol de falta por encima de la barrera».
El señor don Vicente
Cantatore leía al futbolista. Ya lo dijo aquel: «Quienes jugaron no
creen en tácticas, creen en los jugadores».
http://realvalladolid.elnortedecastilla.es/noticias/2012-12-03/leer-futbolista-201212031004.html
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