lunes, 3 de diciembre de 2012

"DON" VICENTE CANTATORE

LEER AL FUTBOLISTA,por SANTIAGO HIDALGO CHACEL


No ha habido muchos entrenadores por estas tierras a los que se les haya otorgado la distinción honrosa de 'don'. Sí en este caso. Era Don Vicente. Don Vicente Cantatore, un técnico que dejó una huella muy difícil de borrar en el aficionado, pese a que su salida del club no estuviera muy de acuerdo con los cánones normales. Sin embargo, para el jugador, aquel que vivió y convivió con él en todo momento durante todo un campeonato o varios, para este Vicente o Don Vicente siempre tuvo un plus, algo más, un 'nosequé' y por ello un día sí y otro también sale el nombre de Don Vicente a la palestra. ¿Qué hacía de especial? ¿Cómo era? ¿Cómo te implicaba?
Cantatore decía que en un equipo podía encontrarse con un buen delegado, con un buen utilero, con un buen médico y con un buen masajista, pero que en Valladolid se había topado con los cuatro buenos, cosa muy difícil de repetir, pero que le acompañó en su andadura sumando a más no poder.
Cuando hoy día una de las frases preferidas que se utilizan en el diccionario futbolístico es: ese futbolista o ese entrenador ve bien el fútbol, o mejor, lee bien el fútbol –como si esto se tratara de un manual o texto escrito–, lo que realmente aportaba el chileno era que sabía, conocía, veía, intuía, palpaba y hasta leía bien al jugador.
Quizás, con Dante Panzeri, coincidía en que el fútbol, como arte del imprevisto y de la espontaneidad, escapaba al estudio. Por eso, el peso de la prueba recaía en el protagonista. Si hay buenos jugadores, se jugará bien; si los hay malos, no se podrá jugar bien. No hay más.
Y además era un excelente director de grupos. Era consciente cuando, sobre todo los viernes, el futbolista había dormido menos o había salido un rato más por la noche. «Muchachos, veo que no hay muchas ganas de entrenarse. ¿Un rondito y una 'pachanga' y va la tortilla?», les decía. El entrenamiento se convertía de forma indirecta en una lucha sin cuartel; nadie se acordaba de que había dormido poco y todos daban el máximo en el partidillo por el exiguo premio de una tortilla de patata con cebolla y unos refrescos.
Tenía unas simples formas de aleccionar al jugador para que siempre tuviera la moral alta. «Usted ha hecho sobre el campo esto y esto perfecto, muy bien en esto y esto, pero ojo, no se despiste en esta otra acción». Daba más zanahorias que palos o al menos ocultaba con la hortaliza los reproches, de forma que la autoestima de los jugadores siempre estuviese intacta. Primero te ensalzaba y luego, si te lo merecías, te echaba la bronca, aunque siempre cuidando de que no te afectase en tu orgullo o en tu amor propio. Con confianza les quería a los suyos «para hacer cosas, para atreverse, para ser audaces». El fútbol para él tenía pautas muy claras. Cuando el mundo podía hablar de dopaje, de sustancias prohibidas, el técnico chileno manifestaba con plena claridad: «Que nos digan a nosotros qué pastilla hay para meter un gol de falta por encima de la barrera».
El señor don Vicente Cantatore leía al futbolista. Ya lo dijo aquel: «Quienes jugaron no creen en tácticas, creen en los jugadores».

 http://realvalladolid.elnortedecastilla.es/noticias/2012-12-03/leer-futbolista-201212031004.html

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